¿Quiénes somos?

Kaixo! Somos Raquel y Santi, una pareja valenciana que unió sus vidas en torno a este proyecto. En cuanto Raquel conoció a Santi, le desveló su plan vital: en algún momento quería dejar la ciudad para irse a vivir a un pueblo. Él se rió de sus locuras y no le dio más importancia, pero algo se le quedó en la cabeza y, tras rumiarlo unas horas, al día siguiente, de repente le espetó: “Oye, he estado pensando en eso de vivir en el campo… y no me parece tan mala idea”.

Así que pronto empezaron a buscar dónde dar vida a su proyecto. Después de tres años de innumerables viajes por la geografía catalanoparlante sin encontrar nada que se ajustara a lo que querían (presupuesto, terreno, cercanía a un pueblo, etc.), decidieron probar en Euskal Herria. Fueron miles de kilómetros en coche y también a pie. Hasta que encontraron un caserío en Zaldibia con vistas al Txindoki y en un estado que podían ir reformando, poco a poco y con sus manos, pidiendo ayuda, consejos y viendo decenas de tutoriales.

Después de cuatro años subiendo un fin de semana al mes desde València, decidieron dar el paso y mudarse. Dejaron sendos trabajos y, tras hacer la mudanza, volvieron a la capital valenciana para hacer un último viaje a pie hacia sus nuevas vidas. Estaban sin trabajo y no sabían cuándo volverían a tener vacaciones una vez en Zaldibia, así que decidieron aprovechar el momento. Caminaron de València a Zaldibia con la mochila, esterillas y tienda de campaña a cuestas, durmiendo donde podían. Recorrieron sierras como la Calderona, l’Espadà y la Tinença de Benifassà y prosiguieron por la costa catalana hasta llegar a Sitges. De ahí se dirigieron hacia las montañas de Montserrat, el desierto de los Monegros y llegaron a hacer cumbre en Montejurra. Tras cruzar la Sierra de Urbasa, solo quedaba atravesar la Sierra de Aralar. Salieron en chanclas y volvieron empapados y congelados, ya que les atrapó la primera nevada del año. Fueron 36 días y unos 1.100 kilómetros.

Raquel es periodista y Santi es jardinero y técnico de mantenimiento industrial. Vinculados a los movimientos por la soberanía –alimentaria y territorial– y al ecologismo, pensaron de qué manera podían contribuir al nuevo territorio que iban a habitar. Amantes de la paella valenciana, alicantina y otros arroces, que hacían por costumbre desde hacía años en diferentes fiestas, asambleas, etc., lo tuvieron claro: harían paellas por encargo utilizando la sabiduría valenciana, pero con ingredientes arraigados al territorio, siempre que fuera posible procedentes de Euskal Herria. Paralelamente, cuidan de los animales del baserri, tienen una pequeña huerta y frutales como manzanos, con los que elaboran zumos que venden en la plaza del pueblo.

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Paellas por la soberanía alimentaria

Cada vez más personas se preocupan por lo que comen: qué consumimos, de dónde viene y cómo se produce. La soberanía alimentaria defiende el derecho de los pueblos a decidir su propio sistema alimentario, priorizando la producción local, el comercio justo y el respeto por el medio ambiente.

Elegir productos locales y de temporada para cocinar paellas no es solo una cuestión de calidad: también es una postura política y social. Es apoyar a agricultores y pescadores del entorno, y al mismo tiempo apostar por la sostenibilidad.

Los tomates, pimientos, cebollas y ajos provienen de caseríos cercanos; la carne suele ser de pollo de caserío o cerdo vasco; y el pescado y marisco, del litoral vasco. Una paella cocinada con estos ingredientes no solo tiene un sabor especial: también transmite identidad y compromiso con el territorio.

A través de la cocina, también se puede construir soberanía alimentaria. Con lo que ponemos sobre la mesa, expresamos el tipo de mundo que queremos.

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